jueves, 18 de septiembre de 2025

PENTESILEA FRAGMENTOS

 

Cubierta de Pentesilea


PENTESILEA

FRAGMENTOS

textos de Fernando Figueroa



SINOPSIS: 2010, Madrid. Gloria vive presa de su pasado y de un futuro incierto. Para escapar de la angustia, se enfrascará en una tesis doctoral sobre el rock en Vallecas. Gracias a ello, conocerá a una serie de personajes enraizados en el asfalto, entre el crepúsculo y el amanecer, la ilusión y el desencanto, el fracaso y el triunfo, con los que Gloria compartirá sueños, frustraciones, traumas y heridas pese a pertencer a épocas distintas. En especial, seguirá el rastro de dos bandas míticas, ya desaparecidas, que intuye podrían reunirla con su madre ausente: Pentesilea y Crines de Caín. 

Pentesilea es una historia ficticia, una tragicomedia urbana, agridulce y sucia a ratos, una alegoría que entrelaza mitología e historia, realismo y simbolismo, que usa el rock y el sexo como metáfora de los conflictos humanos y sociales.


Para abrir boca o pestaña, aquí selecciono algunos fragmentos de la novela Pentesilea, para que el lector se haga una idea de que su lectura podría satisfacerle. Entre cortes de entrevistas o diálogos y partes narrativas que permiten apreciar el estilo y el ritmo de una historia que se plantea entre lo urbano y lo sucio, la crónica y el simbolismo.


Fragmento 1


El camarero llegó con el tercio, la mixta, el cenicero y un plato con aceitunas.

—¿Conociste a Ángel Nieto?

—¡Que va!, aunque él seguro que me conocía a mí. Alguna vez lo vi de lejos, o uno que se le parecía, pero no me interesaba. Lo mío no era la velocidad, sino pegar brincos con la moto. El motocrós es más artístico que quemar rueda en un circuito de carreras. No solo cuenta el valor, la habilidad y las ganas, hay que saberlo hacer bonito, bonito y épico. Es acrobacia: superación y sacrificio.

—Entonces te metiste a saco en el rock después del accidente.

—Eso te estoy contando. Empecé a tocar el bajo porque me animó un coleguilla, el Jinca, y todos me decían que le daba como si estuviera conduciendo una moto, con la misma cadencia. Eso me hizo gracia y me hice fiel al instrumento. Hay sonidos que forman parte de tu interior y no te abandonan. Eso que anida en ti es lo que transmites.

—¿Salibabá tampoco salió de Madrid a hacer conciertos?

—Bueno, tocamos por aquí y mucho por el corredor del Henares. Tuvimos una memorable en el Barra y una vez tocamos en el Parque de Atracciones. Aquello estuvo muy bien. Teníamos buenos temas. El que más nos pedía la gente era una versión del «Nacido para ser salvaje» de los Steppenwolf. Algunos cabrones decían que nuestras letras eran malas, pero nadie se atrevía a decirnos que no tuviéramos sonido. Al menos, a la cara. Habíamos conseguido un toque propio, rotundo, rugiente y ágil. Teníamos nuestros seguidores y no nos desvivíamos por ir a no sé dónde a buscar no sé qué. Llevábamos chupas y pañuelos de motero y no nos quitábamos las gafas de sol ni para cagar.

Fragmento 2


El viernes ya estaba un poco mejor, había dormido seis horas de un tirón, ¡un récord! Era hora de volver al trabajo, a la tesis, pero desde casa. Pasaba de pisar la facultad y oír burlas o insultos. Entre escuchas de podcasts, había impreso y roto la foto de Marce garias veces, y visitado algunos blogs sobre motos antiguas y el Vallecas de ayer. Pensó que podría encontrar por casualidad una imagen suya de niño, correteando, montado en un triciclo, cogido de la mano de sus padres en esa edad donde todo daba igual y la cojera era solo un juego. En vez de eso, descubrió el vídeo de una entrevista de Paloma Chamorro a Pentesilea. Ocho minutos de toma y daca. ¡Con qué maestría las manejaba la presentadora! ¡Qué guapa y brava estaba Clara Luces! Ninguna se quedaba corta en las preguntas, en las respuestas, en las respuestas-pregunta, en las preguntas sin respuesta, cada cual a su manera, con estilo o sin estilo.


Esas chicas no tuvieron que tenerlo fácil tampoco. En todas las épocas cuecen habas. Se les notaba en la pose que llevaban y en la guasa que se traían que el sufrimiento no les era ajeno y que habían aprendido a reblandecer sus costras con la vaselina perfumada del amor propio. ¿Quién tiene fácil vivir fácil en un mundo hecho para complicarte o que te compliquen la vida? ¿Quién dijo que las mujeres debían dejar de aprender a zurcir sus mutilaciones o a almidonar sus flaquezas? Las amas de su casa son ahora las amas de su cuerpo.

Sus cinco minutos de fama fueron inspiradores. Cuando la Chamorro les dijo: Parecer una tribu de guerreras os ha hecho muy populares. ¿Es parte de una sutil estrategia?, y Sonia contestó: No pretendemos dar lecciones, pero las adolescentes necesitan quien les enseñe a ser salvajes también entre semana, a romper con su novio, a follarse a su profesor, a cortar la cabeza de su padre y disecarla para el día de la madre. El rock no es como la tele, solo tiene un canal, suena a todo volumen y no tiene botón de apagado, y Paca saltó, justo al acabar la frase, robándole el micro, bien mamada, con una litrona en la otra mano, más cargada de cadenas que Houdini, con un pelo rizado, moreno, a capas cortas, con eso de: ¡Las de veinte pa bajo son todas unas perras!, y luego, a la repregunta por parte de la presentadora de «¿y las de veinte para arriba?», soltó: ¡Esas son pecadoras de Satán o monjas como mi abuela!, y seguidamente se abrazó al chico que tenía al lado para comerle la boca cogiéndole de improviso, y la Cheli y Clara riendo como descosidas y gritando: ¡¡Golfaca!! ¡No dejes nada en el plato! Cuando pasó todo eso, era inevitable llevarse las manos a la cabeza o descojonarse. ¡Qué grandes! Había que plegarse al absurdo con una risa en el coño o sucumbir a la santidad o el martirio.


Fragmento 3


—¡De puta madre! Está bien que se hablen las cosas para que no se olviden. No quiero que ni tú ni nadie se lleve una mala impresión de nosotros. No éramos tan cabezahuecas como nos pintan. Ni tan bestias. Por ejemplo, nuestro fuerte eran precisamente las baladas. Poníamos a la gente patas arriba con las baladas: «Capitán Gordon», «Guerrera rasgada», «Boabdil», «Mar de China», «Saigón», «Belchite»… El Basa nos sacó alguna en su programa Corazón de la Ciudad. Flipaba con mis solos. Decía que estaban a la altura de un Van Halen. ¡Lo dijo en las ondas! En cada tema quemaba al menos cinco púas y, como él, enganchaba el pitillo en la pala; quedaba bien chulo. —Se le arrimó—. ¿Sabes?, el problema es que en muchos sitios no han admitido el rock en toda su extensión. Nos han puesto muy difícil estar en la mayor cantidad de sitios con esas mierdas del pop, la nueva ola, Mecano, Olé-Olé, la Pantoja, el Sergio Dalma, el Ramazzotti, el hip hop, el acid house, el bakalao y otras mamonadas en plexiglás, conserva y salazón.

—Ha tenido que ser duro.

—Duro duro, como la polla de King Kong. Una vez estuvimos en Hispanoamérica, hace la tira de años. Piensa que en el 84 ya se abrió el melón de Latinoamérica con Barón Rojo y Obús, y eso es muy grande, con millones de amantes del rock a muerte repartidos por esos países. Fue algo muy loco. Allí el rock es fanatismo y excelencia. Se vive a muerte. Estuvimos en Argentina... ¡En Argentina, date cuenta! Y Argentina... ¡Argentina fue una mierda!

—¿Y eso?

—¿Puedes creerte que en el primer concierto nos silbaron porque pensaban que Mauser 98 era una banda techno a lo Kraftwerk? Se lució el que hizo la promo. ¡Venían a vernos para oír techno, tía! Los cuatro monos que escuchaban techno en Argentina, el templo del rock latino, los teníamos nosotros ahí delante esperando el encuentro en la tercera fase. Cuando vieron una batería en el escenario se les atragantó la modernez, se les cruzaron los cables, se les cortocircuitaron los sesos a esos niños bonitos. Era como si a un niñato de los de ahora le metieses en una cabina telefónica con un listín y cinco duros. ¡Les estalla la cabeza!

 

Fragmento 4

Fue un veraneo diferente, especial, un viaje fantástico en una Renault Trafic, con otras mujeres y niños que no conocía. A ratos su madre parecía una persona muy afectuosa, pero evitaba tocarla de más y besarla. Gloria no lo entendía, pero no le importaba. Le bastaba con sentirla cerca. En ocasiones, la veía deprimirse cuando ella hacía cosas que no eran de niña, sino de persona mayor, y aprendió a evitar hacerlas delante suyo. Las depresiones se le pasaban a su madre en cuanto bebía lo suficiente y ya la diferencia de edad y lo que se hacía con ella dejaban de tener un significado triste y se reía viéndola hablar como una mujer hecha y derecha con tetitas de almendra. Entonada, el cariño se expresaba con la soltura de la inconsciencia y parecía más madre porque se dejaba abrazar.

La última semana la pasaron en Zaragoza, en casa de una de sus estrafalarias amigas, durante unas fiestas. Después, la trajo de vuelta, para que no perdiese más clases, y ni ella ni su abuela volvieron a verla más, no volvieron a saber nada más de ella otra vez. La habían perdido de nuevo, para siempre jamás. No sabían por qué. Eso la dolió. No se lo perdonaba, no se lo perdonó. Todo lo demás sí. Por lo demás, la quería mucho.

Al mes, a Gloria lo vivido con su madre le acabó pareciendo un sueño porque su abuela no hablaba de ello y porque, cada vez que ella trataba de hablar del asunto, su abuela la regañaba para que no siguiese, como si lo que dijese fuese la paparrucha de una embustera. Pero no lo era. No lo era porque se hicieron un montón de fotos, con esas otras mujeres y sus críos y otras personas que le parecían tan raras como simpáticas. Se quedó de recuerdo con algunas, esas donde salía con sus nuevos amiguitos riendo o haciendo el tonto, un puñado de postales y otras fotos de regalo, incluida una más vieja, con su madre más joven, rasgada por la mitad, donde se veía una mano sobre su hombro que ella imaginó que sería de su padre. Era la única donde salía ella. En esas vacaciones no se hicieron ninguna foto juntas o, si se hicieron, ella se las quedó. Esa la llevaba siempre consigo en la cartera, hasta que se la robaron o la perdió.

He aquí esta muestra que nos puede servir de orientación y estímulo, como también otros detalles. Ojalá cumplan su función. Saludo y nos vemos en las páginas y las casetas.



Castellano

362 páginas
15,24 x 2,08 x 22,86 cm
Tapa blanda y Kindle




Entrevista




sábado, 13 de septiembre de 2025

EXPEDIENTE BÉLMEZ PRIMEROS PÁRRAFOS

 



EXPEDIENTE BÉLMEZ

PRIMEROS PÁRRAFOS

de Fernando Figueroa



SINOPSIS DE LA NOVELA: Mayo de 1984. En una casa baja del barrio de Entrevías se producen fenómenos extraños. El suicidio del dueño de la casa obliga a Tralla, un baterista de heavy metal y admirador de Aleister Crowley, a desentrañar el misterio que se oculta detrás. Guiado por la Providencia, reunirá a un grupo de valientes: un formalito, un tocapelotas, una virgen, una fresca y un mudo, que lo acompañarán en su odisea de ultratumba. Todos juntos, se enfrentarán al mal que anida en el interior de la tierra y que amenaza con dominar el mundo. A ritmo de sexo, drogas, rock y magiak, descubriremos los secretos ancestrales que las viejas leyendas de Vallecas esconden.


Cuando se venden melones, se suele dar a catar el producto. En el caso de los libros, no está de más dar de catar unas páginas para saber si su contenido va a ser del agrado de posible lector, que este aprecie si la lectura le va a dejar un buen sabor de boca o si va a resultar indigesto, para prevenir un mal rato. He ahí que le sirvo esta degustación de Expediente Bélmez, para que, cuando se pregunte si se lo va a llevar o no a casa, tenga mejores elementos de juicio.

Sin más retraso, leamos los primeros párrafos del primer capítulo.


MIÉRCOLES 16 DE MAYO


Los vio llegar a lomos de una hermosa yegua blanca,

cubiertos por la túnica blanca, por el turbante azul,

embozados con la capa roja, con la mirada verde,

a las puertas doradas del palacio de cristal,

sobre la ladera de los hombres sabios,

frente a la cueva de los malditos,

ante el pozo de los deseos.

Eran dos, eran uno, eran tres.

No temas, buscador.

El favor del Único está contigo,

el Elegido cabalgará a tu lado,

la mano de Fátima te guiará.

Dios protege a sus siervos.

Guárdate del necrófago

y de su amo.


֍ Α ۞ Ω ֍


Se arrimó sin ganas, con apuro. Fede no podía retrasar por más tiempo su encuentro con el Pegaso o pensaría que lo estaba toreando. Tenía que dar la cara y decirle...

¿Qué pasa? ¿Llevas mucho esperando?

Fumando espero al hombre que yo quiero. Dos cigarrillos. ¿Dónde lo tienes?

¿El qué? —dijo Fede esquivando su mirada.

¡Cómo que el qué! ¿No quedamos en que me traías hoy eso?

Es que… Verás… —Por fin lo soltó—: Ahora no te lo puedo vender.

No me jodas. ¿Me lo vas o no me lo vas a traer?

Verás, ya no lo tengo. Puri necesitaba uno igual y…

¿Quién es Puri?

Una amiga.

Un chocho querrás decir. —Como si no lo conociera.

Es una amiga.

¡La madre que te parió! ¡Con lo que me ha costado juntar la guita! ¡Todo por hacerte un favor! —El Pegaso echaba pestes, le clavó la mirada—. ¿Cuánto te ha pagado? —Fede se metió las manos en los bolsillos—. ¡No me jodas que se lo has regalado!

Había sido su cumpleaños.

¡Tú eres gilipollas, chaval! Vaya manera de hacer negocios. ¿No me dijiste que estabas muy necesitado, que querías comprarte un buga para currar, irte de fiesta, ligar, que si patatín patatán?

Fede sacó el genio, qué caray, ni que estuviera obligado:

Era mío, ¿no? Pues yo hago lo que quiero con lo que es mío.

¡Ja, ya está, solucionado! Menudo pringao. Sigue así y acabarás siendo un desgraciao. Esa te va a sacar los hígados como te descuides. ¿Qué crees, que te la vas a chiscar por regalarle un radiocasete? Ni que vivieras en un poblado indio. —Fede se mordía la lengua—. Seguro que ni te ha dado un piquito, John Travolta.

Si fuera Travolta, no me haría falta hacer regalos.

Eso seguro. —Tiró la colilla—. Ni un piquito te ha dado… ¡Hay que joderse!

No me la guardes. —Pegaso se retorcía—. ¡Va! Te invito a un botijo. Es lo mínimo.

No me hables.

Pues no te hablo.

Estuvieron callados unos largos minutos, sentados en el murete, con los pies colgando, respirando como renacuajos. Fede le miraba de reojo. Pegaso le miraba de reojo. Fede se rascó la cara y empezó a reírse por dentro. «¡Ese Pegaso!». Cómo lo conocía, ahora le vería sonreír de soslayo y... se irritaría más aún.

¿Te estás cachondeando de mí?

Deberías darme las gracias.

¿Por qué, coño!

Te he obligado a ahorrar.

¡Hombre, gracias por enseñarme a usar la hucha! Sin ti estaría perdido.

Ahora tienes los bolsillos con tanta pasta que no sabes qué hacer con ella.

¿Que no sé qué…? ¡No jodas que me vas a administrar tú los dineros?

Cómprate una camiseta chula, que siempre vas con las que te trae tu hermano de la empresa.

Me gusta el caballito.

¿No te interesaría un televisor pequeño, de esos de campin?

Paso de tus ventas. Ahora apechugas con lo tuyo y te lo comes solito. La de tornillos y arandelas que vas a tener que vender para comprarte una cama con ruedas, Travolta.

¿Seguro que no te interesa? Se lo puedes revender a tus padres o se lo regalas. Sí, para cuando se vayan los domingos a comer al río.

¡Ni de coña!

Tú mismo. Era una buena oportunidad. Venga, vayamos a tomar algo. Yo te invito.

Pegaso estaba muy escocido. Si no se lo hubiera puesto todo tan bonito, si no le hubiera dicho que era un chollo, que si era made in Japan, con altavoces estéreo, doble pletina, grabadora…, si no le hubiera dicho tantas pamplinas poniéndole los dientes largos, ahora no tendría esas enormes ganas de morderle. Estuvo feo que Fede se aprovechase de que estaba harto de pedir prestado el walkman al asqueroso de su hermano para escuchar sus cintas o de coger por la noche la cascada radio de su madre para oír sus programas favoritos. ¡Qué rollo! Sin dinero no tienes cosas, pero tienes el dinero y no siempre te venden lo que quieres. ¡Bienvenido a la sociedad de consumo: abundancia pero de lo que los empresarios quieran y esté de moda! Además, no era la primera vez que Fede le fallaba. Hacía cuatro años pasó lo del Montoya y eso, eso fue muy gordo, y eso se lo perdonó, que eran colegas, y ¿para qué? Para que no le vendiese un radiocasete porque quería mojar. ¡Qué cabrón! Él quizás habría hecho lo mismo, pero quizás en orden inverso por lo de la ley conmutativa… Me das, yo te doy. ¡Qué cojones!, le pareció muy caro y, sin embargo, había hecho el esfuerzo de reunir todo el dinero tan solo por ayudarlo. Que se pueda hacer no significa que se deba hacer, que la amistad se pueda tirar por tierra por un polvo.

Entraron en el bar. Una bofetada a fritanga rebajó el mal rollo de sopetón. Pegaso tenía la sospecha de que los extractores se inventaron para robar a los locales su alma y Fede calculaba que más se ahorraba instalando uno nuevo que arreglando el viejo. Sin embargo, el bar de Pepe conservaba el encanto de la cutrez, libraba al personal de una vida anodina, sin sustancia, sin cariño. Aquella atmósfera seducía hasta el agobio, un agobio dulce y mortecino que había acompañado por largo tiempo muchas de sus regadas fantasías como para renegar de su rutinario abrigo con melindres de pijos y cabreos de niñatos. Que no hay tutía, pues no hay tutía. Así era el bar de Pepe: hay lo que hay y vivamos en paz; si no te gusta, vete a chupar a otro lado.

Se sentaron, acogidos por el pegajoso abrazo de las sillas, pidieron dos cervezas y el jefe se las llevó a la mesa junto a un platillo de cacahuetes. Se estaba de lujo. Las cáscaras de los cacahuetes sabían a calamares fritos. Daba gusto chupetearlas.

¿Qué tal en la imprenta?

Mejor que fuera de ella. Allí eres alguien. En la calle no eres más que un viandante y, en casa, simplemente uno más a la espera de dejar el nido.

Te despertaste profundo.

A ver. ¿Qué nos espera aquí, en este barrio de…?

Después de la mili pienso irme de casa —dijo todo serio.

No tienes para un coche, vas a tener para un piso en el quinto pino. ¡Qué ingenuo eres!

Me iré de alquiler.

Ah, bueno. Eso es otra cosa, claro. Otra cosa. No hay nada como ser pobre para tirar el dinero sin visión de futuro.

Un tipo entró en el bar nerviosito perdido, casi se traga la puerta. El dueño se asustó nada más lo vio. Era un cliente habitual, sí, pero al que el denso sudor acumulado sobre sus cejas y su mandíbula desencajada habían hecho irreconocible. Era un espanto verlo moverse sin centrar la mirada ni pisar con firmeza.

Pepe, ponme un coñá —dijo sin apenas fuelle antes de acodarse en la barra—. ¡La que se ha liao!

¿Qué ha pasado? —le dijo poniendo la copa—. Te veo muy mala cara.

Tú, sirve. —Pepe abrió la botella —. De ese no. Del Soberano.

¿Se te ha muerto alguien?

Mi vecino... Pobre hombre.

¿Quién? ¿El loco de la garrota?

Se ha matado —contestó antes de cascarse el coñac de un solo trago—. Se ha matado hace un rato.

¡No jodas!

Se ha cortado el cuello con un trozo del espejo en su baño. La Dolores vio la puerta abierta de la casa y, con lo cotilla que es y como había estado haciendo obras en la casa, se metió a ver qué había hecho y fue cuando se lo encontró degollado como un cordero.

Pepe le sirvió otro coñac.

¡Anda! Tómate otro.

A la Dolores le dio tal jamacuco que se la han llevado para la casa de socorro.

Pegaso y Fede prestaban mucha atención. La historia se las traía. Les sonaba eso del loco de la garrota. Nunca lo habían visto, ¿o sí?, había varios viejos chochos por el estilo dando vueltas por el barrio. Mientras más señas daban, más concretaban. Recordaron que algo habían sentido contar acerca de un tío que la emprendía a garrotazos con los árboles del parque, que gritaba de repente cosas sin sentido por la calle y que se metía con la gente sin ton ni son, solo por tocar los cojones.

A este le tengo visto —le dijo Fede al oído refiriéndose al rostro pálido—. Vive en Bélmez.

Pues tengo curiosidad. —Le dio una palmada en el hombro—. Suelta los duros, que vamos a asomarnos. Igual hay suerte y salimos en la tele.


Hasta aquí esta muestra. Si se quiere saber cómo sigue y se transforma la historia en un viaje hacia el otro lado de la realidad tangible, tendrá que conseguirse el libro




miércoles, 10 de septiembre de 2025

DONDE LAS ADÁN LAS EVA

 






DONDE LAS ADÁN LAS EVA

Microrrelato de Fernando Figueroa



—¡Joder, está en bolas!
—Si te parece la iba a pintar con un taparrabos. Es Eva no Jane.
—Y ese es Adán, no Tarzán. Hasta ahí llego, macho, pero lo normal es que le pongan una hojita de parra. ¿O no?
—Ya, pero las Escrituras no dicen nada de hojas. Por eso el autor se ha tomado la libertad de no ponerles nada para simbolizar la inocencia, que eso sí que sale en algún versículo.
—¡Total! Creía que era porque, como no se había inventado el telar ni la caza, se tapaban así. Ya veo que era por la puta censura.
—¡Ahí le has dao! Las mentes sucias.
—Sí que lo son, porque, vamos a ver, ¿cómo carajo se sujeta la hojita? ¿Se mete la chorba el rabito por el coño y el tío por el agujero del pito?
—O se la pega al prepucio con resina.
—¡Eso duele!
—Eso duele mucho.
—Sobre todo si se te pone dura. Porque estos follaban fijo.
—Reproducirse no, pero follar, como macacos, tronco, como putos macacos con el culo colorado. Todo el día ahí, tirados en la hierba del Paraíso, chingando.
—Eso es vida y no currar como un gilipollas, salir los sábados por los garitos de siempre y acabar mojando el churro con la desesperada de turno.
—¿No me digas que te tiraste a la Chelo?
—¡Eh! ¡Yo no he dicho eso!
—Sí lo has dicho.
—Vale. Lo habremos hecho un par de veces.
—¡Ya serán más!
—Tienes la mente sucia, mamón.


 

Este microrrelato responde a la convocatoria de participación en el reto El arte y la literatura, propuesto por el blog El Tintero de Oro. Reto que consiste en:

Escribir un microrrelato de 250 palabras donde una obra de arte plástica sea la protagonista o el detonante de la historia.

Dicho y hecho, aquí van 250 palabras clavadas de nuevo que, espero, configuren un texto ameno para el auditorio lector como veces anteriores. Un diálogo que conecta los imaginarios culturales con la realidad cotidiana.

Ya de paso, aquí os dejo el enlace de mis anteriores microrrelatos para El Tintero de Oro:


Hasta que llegó su hora

Adiós, muñeca

El tiempo hace oro

El ganador se lleva todo

Ver de primeras

Asunto de familia

Sancho el Deditos