Will Eisner y un servidor en 1997 |
REFERENTES DE LA SERIE
DE HARRY MAESNOW (2)
de Fernando Figueroa
SINOPSIS DE LA SERIE: Bienvenidos a las aventuras y tribulaciones del agente de la Honorable Policía Metropolitana de Rabishpool Harold Maesnow. A finales del siglo XIX, en la Baja Inglaterra y en pleno declive de la era victoriana, Maesnow tratará de combatir el crimen y de sobrevivir a sus problemas familiares, la agitación política, la liberación sexual y la intensidad de su relación sentimental con la actriz Molly Grapes. Un hardboiled neovictoriano que será la delicia de los amantes del género, donde el misterio, la acción, la crítica social, el humor y el sexo se dan algo más que la mano.
En la genealogía cultural de todo producto literario hay que considerar fuentes conscientes o inconscientes que no atañen a lo estrictamente literario o estrictamente visual, sino que conjugan ambas características. En este caso, nos fijaremos en la novela gráfica. Si ya hice referencia a las conexiones con las parejas literarias o televisivas Tuppence y Tommy Beresford; Laura Holt y X (Remington Steele), o Maddie Hayes y David Addison como precedentes de Harry Maesnow y Molly Grapes, ahora repararé en una que alerta ligeramente de la peculiar relación sentimental y convergencia vital que se establece entre Harry y Molly. Me refiero a la que crea Will Eisner en su serie The Spirit, ubicada en los Estados Unidos de los años cincuenta del siglo XX.
Para aclararnos, Harry y Molly son una pareja muy moderna según los estándares del siglo XIX, mientras que la pareja que forman The Spirit y Ellen Dolan es de las modernas de su época, sesenta años después; lo anómalo en la Inglaterra victoriana, la norma en la Gran Manzana. Harry y Molly rechazan las convenciones burguesas y, por tanto, no está en su horizonte formalizar su relación por medio del matrimonio. Se aceptan como las almas libres que son, bajo la sacralidad de los vínculos sentimentales, los momentos compartidos y el compromiso mutuo, y al margen de intereses económicos o el temor a la soledad que parecen avalar ese tipo de prácticas contractuales, rubricadas en pos de alguna clase de seguridad.
Ellen Dolan es no es actriz, sino hija de policía, algo impensable en la familia Grapes, a la que el tufo a bofia desagrada más que encandila: es una familia, como poco, laborista y que no se calla la boca. Pese a ello, ambas son igual de valientes, aunque Molly tenga la ventaja de haber ido a la universidad de la vida, colegio de la calle, desde parvulitos. Apuntaré, para aclarar, que existe, sin embargo, una actriz Ellen Dolan en la vida real, pero no tiene nada que ver en la génesis de la Molly Grapes de esta historia.
Sus caracteres son también diferentes en parte. Molly es poco ingenua, no como Ellen, aunque esté interesada por lo que llamaríamos hoy terapias alternativas y su moralidad y sus ideas políticas anticipen los planteamientos liberadores del sesentaiochismo, siempre prefigurados en ese entorno liminal que es la farándula. Quizás sea una casualidad, pues mi lectura de las historias de The Spirit son parciales y desconocía el episodio, pero en el inicio de la serie encontramos situaciones parecidas en ambas relaciones sentimentales: Harry compite con el novio de Molly, hay un banquete por medio, se produce cierto rescate, casualidades dramatúrgicas. Pero Molly no es el objeto pasivo que representa la primera Ellen ni es de lágrima fácil como ella. Menos la veréis llorar por un hombre, ni por fuera ni por dentro. Molly no es una mujer necesitada de atraer a quien quiera mediante la exhibición de sus fragilidades y la apelación al socorrismo de príncipes azules de capa corta y larga espada, es una mujer autosuficiente pese a ser muy femenina o activamente femenina, que la pierde el lujo mientras hace beneficencia y alimenta la subversión. No es el simpe apoyo del guerrero. Ella misma es guerrera.
Por supuesto, Ellen evoluciona y cultiva su carácter y aspiraciones sociales alcanzando actitudes y una vocación social proactiva propias de una Molly, que sabe qué quiere y qué no quiere. Aun así, es el típico contapunto casto de las mujeres malas. Molly no. Molly pasaría por ser una chica experimentada: ha estado con muchos hombres en distintos grados de intimidad. No es una devoradora de hombres, sino que se los come como se comen bombones, despacito y de uno en uno. Quizás sí sea una domesticadora de machos, pero porque la lucha contra la injusticia empieza por uno mismo y lo que le toca aguantar. Entre tanto trago dulce y amargo, Harry es y será su pastel de manzana, su sal y salsa, su chico.
Pese a aceptar el modo de convivencia y la confianza forjada, es inevitable que surjan dudas y celos, y por ambas partes. Más, cuando ambos viven en entornos poblados por personas atractivas o tentadoras a su manera. Las actrices victorianas vivían affaires como quien come pipas y los policías victorianos se las veían con mujeres de armas tomar, dulces Irmas capaces de hacerlos flaquear y pasar al otro lado de la ley. He ahí que Harry se haya visto maniatado a veces como The Spirit por juntarse con chicas malas o Molly haya tenido que dar más de una torta para marcarle la frontera entre la fantasía y la realidad a algún varón confundido o con mucha imaginación. Incluso juegan a su manera entre ellos mismos, intercambiándose los papeles, el teatro de la vida, jaja.
Por supuesto, a Molly no le gustan las lagartas y lagartonas, esas señoritas conocidas como femmes fatales por dotarlas de glamur. Y en The Spirit están muy presentes, va con el género. La más notoria es P'Gell, una mala malísima que encaja entre las llamadas viudas negras y emperadoras del crimen. Este tipo de criaturas malignas abundarán en las novelas de Harry Maesnow y será Las viudas o el caso Gutenberg la que se lleve la palma, de momento, en la aparición de este tipo de especímenes de la fauna urbana. Alguna tendrá sus razones y su lado humano, alguna se moverá entre dos aguas, otras serán terribles, pero en conjunto están ahí para engrandecer la tragicomedia humana y el género negro.
Tras las mujeres fatales, en la trayectoria de Harry aparecen de vez en cuando las damas en apuros u otras mujeres que buscan ajustar cuentas con la vida que no se merecen. Así es. Sucede en todos los lugares que obligan a tomar partido a las personas y no quedarse de brazos cruzados porque, si algo carecen esos páramos impíos, es del reino de la justicia. Esto hace que Harry, Molly u otros personajes de este universo literario asuman el papel de socorristas o aliados de penurias, aliados dispuestos a corregir las cosas.
Alrededor de todo esto tenemos unos escenarios urbanos muy parecidos entre sí: Central City, una recreación de Nueva York, y Rabishpool, una recreación entre Londres y Liverpool, más un surtido de personajes de distinto pelaje, residentes y transeúntes, que ayudará o fastidiará que Harry y Molly alcancen sus objetivos. Son dos ciudades portuarias, con todo lo que conlleva su carácter fronterizo y pasajero, sus bajos fondos, el choque intercultural y la lucha de clases; y que prometen no resultar aburridas para quienes han perdido el miedo a conocer de primera mano la realidad que los circunda y puede arrastrarlos. Rabishpool y Central City son metáforas de un mundo corrupto y opresor que invita a que las almas nobles abran los ojos, hinchen sus corazones y actúen sobre él sin piedad para llevar a buen puerto las vidas de la buena gente, a ese punto en el que uno se siente a salvo de la muerte y del dolor.
Aventuras y tribulaciones de Harry Maesnow