MIÉRCOLES
16 DE MAYO
Los vio llegar a lomos de una
hermosa yegua blanca,
cubiertos por la túnica
blanca, por el turbante azul,
embozados con la capa roja,
con la mirada verde,
a
las puertas doradas del palacio de cristal,
sobre la ladera de los hombres
sabios,
frente a la cueva de los
malditos,
ante el pozo de los deseos.
Eran dos, eran uno, eran tres.
No
temas, buscador.
El favor del Único está
contigo,
el Elegido cabalgará a tu
lado,
la mano de Fátima te guiará.
Dios protege a sus
siervos.
Guárdate
del necrófago
y de su amo.
֍ Α ۞
Ω ֍
Se arrimó sin ganas, con apuro.
Fede no podía retrasar por más tiempo su
encuentro
con
el
Pegaso
o pensaría que lo estaba toreando. Tenía que dar la cara y
decirle...
—¿Qué pasa? ¿Llevas mucho
esperando?
—Fumando espero al hombre
que yo quiero.
Dos cigarrillos. ¿Dónde
lo tienes?
—¿El qué? —dijo Fede
esquivando
su mirada.
—¡Cómo que el qué! ¿No
quedamos en que me traías hoy eso?
—Es que… Verás… —Por fin
lo soltó—: Ahora no te lo puedo vender.
—No me jodas. ¿Me
lo vas o no me lo vas a traer?
—Verás, ya no lo tengo. Puri
necesitaba uno igual y…
—¿Quién es Puri?
—Una amiga.
—Un chocho querrás decir.
—Como si no lo conociera.
—Es una amiga.
—¡La madre que te parió! ¡Con
lo que me ha
costado
juntar la guita! ¡Todo por hacerte un favor! —El Pegaso
echaba pestes, le
clavó la mirada—.
¿Cuánto te ha pagado? —Fede
se metió las manos en los bolsillos—. ¡No me jodas que se lo has
regalado!
—Había sido su cumpleaños.
—¡Tú eres gilipollas,
chaval! Vaya manera
de hacer negocios. ¿No me dijiste que estabas muy necesitado, que
querías comprarte un buga
para currar, irte de fiesta, ligar,
que si patatín patatán?
Fede
sacó el genio, qué caray, ni que estuviera obligado:
—Era mío, ¿no? Pues yo hago
lo que quiero con lo que es mío.
—¡Ja, ya está, solucionado!
Menudo pringao.
Sigue así y acabarás siendo un desgraciao.
Esa te va a sacar los hígados como te descuides. ¿Qué crees, que
te la vas a chiscar
por regalarle un radiocasete?
Ni que vivieras
en un poblado indio. —Fede se mordía la lengua—. Seguro que ni
te ha dado un piquito,
John
Travolta.
—Si fuera Travolta,
no me haría falta hacer regalos.
—Eso seguro. —Tiró la
colilla—. Ni un piquito te ha dado… ¡Hay que joderse!
—No me la guardes. —Pegaso
se retorcía—. ¡Va! Te invito a un botijo. Es lo mínimo.
—No me hables.
—Pues no te hablo.
Estuvieron
callados unos largos minutos, sentados en el murete, con los pies
colgando, respirando como renacuajos. Fede le miraba de reojo. Pegaso
le miraba de reojo. Fede se rascó la cara y empezó a reírse por
dentro. «¡Ese Pegaso!». Cómo lo conocía, ahora le vería sonreír
de soslayo y... se irritaría más aún.
—¿Te estás cachondeando
de mí?
—Deberías darme las gracias.
—¿Por qué, coño!
—Te he obligado a ahorrar.
—¡Hombre, gracias por
enseñarme a usar la hucha! Sin ti estaría perdido.
—Ahora tienes los bolsillos con
tanta
pasta que no sabes qué hacer con ella.
—¿Que
no sé qué…? ¡No jodas que me vas a administrar tú los dineros?
—Cómprate
una camiseta chula, que siempre vas con las que te trae tu hermano de
la empresa.
—Me
gusta el caballito.
—¿No te interesaría
un televisor pequeño, de esos de campin?
—Paso
de tus ventas.
Ahora apechugas con lo tuyo y te lo comes solito.
La de tornillos y arandelas que vas a tener que vender para comprarte
una
cama con ruedas, Travolta.
—¿Seguro que no te interesa?
Se lo puedes revender a tus padres o se lo regalas. Sí, para cuando
se vayan los
domingos a
comer al río.
—¡Ni de coña!
—Tú mismo. Era una buena
oportunidad. Venga, vayamos
a tomar algo. Yo te invito.
Pegaso
estaba muy
escocido. Si no se lo hubiera puesto todo tan
bonito, si no le hubiera dicho que era un chollo, que si
era
made
in Japan,
con altavoces estéreo, doble
pletina, grabadora…, si no le hubiera dicho tantas pamplinas
poniéndole los dientes largos, ahora
no tendría
esas
enormes ganas de morderle. Estuvo feo que Fede se aprovechase de que
estaba harto de pedir
prestado el
walkman
al
asqueroso de
su hermano para escuchar sus cintas o de coger por la noche la
cascada radio de su madre para oír
sus programas favoritos. ¡Qué rollo! Sin dinero no tienes cosas,
pero tienes
el
dinero y no siempre
te venden lo que quieres.
¡Bienvenido a la sociedad de consumo: abundancia pero de lo que los
empresarios
quieran y esté de moda!
Además, no era la primera vez que Fede le fallaba. Hacía cuatro
años pasó lo del Montoya y eso, eso fue muy gordo, y eso se lo
perdonó, que eran colegas, y ¿para qué? Para que no le vendiese un
radiocasete porque quería mojar. ¡Qué cabrón! Él quizás habría
hecho lo mismo, pero quizás en orden inverso por lo de la ley
conmutativa… Me das, yo te doy. ¡Qué cojones!, le pareció muy
caro y, sin embargo, había
hecho
el esfuerzo de
reunir todo el dinero tan solo por ayudarlo. Que se pueda hacer no
significa que se deba hacer, que la amistad se
pueda tirar por tierra por un polvo.
Entraron en el bar. Una
bofetada a
fritanga
rebajó el mal rollo de sopetón. Pegaso tenía la sospecha de que
los extractores se inventaron para robar a los locales su alma y Fede
calculaba que más se ahorraba instalando uno nuevo que arreglando el
viejo. Sin embargo, el bar de Pepe conservaba el encanto de la
cutrez, libraba al personal de una vida anodina, sin sustancia, sin
cariño. Aquella atmósfera seducía hasta el agobio, un agobio dulce
y mortecino que había acompañado por largo tiempo muchas de sus
regadas fantasías como para renegar de su rutinario abrigo con
melindres de pijos y cabreos de niñatos. Que no hay tutía, pues no
hay tutía. Así era el bar de Pepe: hay lo que hay y vivamos en paz;
si no te gusta, vete a chupar a otro lado.
Se
sentaron, acogidos por el pegajoso abrazo de las sillas, pidieron dos
cervezas y el jefe se las llevó a la mesa junto a un platillo de
cacahuetes. Se estaba de lujo. Las cáscaras de los cacahuetes sabían
a calamares fritos. Daba gusto chupetearlas.
—¿Qué
tal en la imprenta?
—Mejor
que fuera de ella. Allí eres alguien. En la calle no eres más que
un viandante y, en casa, simplemente uno más a la espera de dejar el
nido.
—Te
despertaste profundo.
—A
ver. ¿Qué nos espera aquí, en este barrio de…?
—Después
de la mili pienso irme de casa —dijo todo serio.
—No
tienes para un coche, vas a tener para un piso en el quinto pino.
¡Qué ingenuo eres!
—Me
iré de alquiler.
—Ah,
bueno. Eso es otra cosa, claro. Otra cosa. No hay nada como ser pobre
para tirar el dinero sin visión de futuro.
Un tipo entró en el bar
nerviosito perdido, casi se traga la puerta. El dueño se asustó
nada más lo vio. Era un cliente habitual, sí, pero al que el denso
sudor acumulado sobre sus cejas y su mandíbula desencajada habían
hecho irreconocible. Era un espanto verlo moverse sin centrar la
mirada ni pisar con firmeza.
—Pepe, ponme un coñá —dijo
sin apenas fuelle
antes de acodarse
en la barra—. ¡La que se ha liao!
—¿Qué ha pasado?
—le dijo poniendo la
copa—. Te veo muy mala cara.
—Tú, sirve. —Pepe abrió la
botella —. De ese no. Del Soberano.
—¿Se te ha muerto alguien?
—Mi vecino... Pobre hombre.
—¿Quién? ¿El loco de la
garrota?
—Se ha matado
—contestó antes
de
cascarse el coñac de un solo trago—. Se ha matado
hace un rato.
—¡No jodas!
—Se ha cortado el cuello con un
trozo del espejo en su baño. La Dolores vio la puerta abierta de la
casa y, con lo cotilla que es y como había estado haciendo obras en
la casa, se metió a ver qué había hecho y fue cuando se lo
encontró degollado como un cordero.
Pepe
le sirvió otro coñac.
—¡Anda!
Tómate otro.
—A la Dolores le dio
tal jamacuco que se la han llevado
para la casa de socorro.
Pegaso
y Fede
prestaban mucha atención. La historia se las traía. Les sonaba eso
del loco de la garrota. Nunca lo habían visto, ¿o sí?, había
varios viejos chochos por
el estilo
dando vueltas por el barrio. Mientras más señas daban, más
concretaban. Recordaron que algo habían sentido
contar acerca de un tío que la
emprendía a garrotazos
con los árboles del parque, que gritaba de repente cosas sin sentido
por la calle y que se metía con la gente sin ton ni son, solo por
tocar los cojones.
—A este le tengo visto —le
dijo Fede
al oído refiriéndose al rostro
pálido—.
Vive en Bélmez.
—Pues tengo curiosidad. —Le
dio una palmada en el hombro—. Suelta los duros,
que
vamos a asomarnos. Igual hay suerte y salimos en la tele.
Hasta aquí esta muestra. Si se quiere saber cómo sigue y se transforma la historia en un viaje hacia el otro lado de la realidad tangible, tendrá que conseguirse el libro.