domingo, 7 de julio de 2024

LOS CUENTOS DE ALLISON PARKER

 

Allison Parker



 

En junio de 2015 se publicó la primera edición de Mujeres-globo, mito o realidad. Desde entonces ha llovido lo suyo y lo que debía de haber llovido y no llovió. Como pasa con todo lo que se hace viejo, conviene darle un repasito para ponerlo al día. Así que se ha procedido a revisar y corregir su contenido —básicamente, leísmos y gerundios innecesarios, seamos sinceros—. Con ello, se reedita en 2024 este título mítico del género balonmaniaco o pompinófilo. Ese área de la fantasía criptozoológica a la que pocos han tenido acceso por temor a quedar enganchados de por vida a su ventolera.

A modo de muestra, regalo la lectura de una de las treintaidós historias que componen el libro. Dos más tendrán el mismo destino para amenizar la canícula veraniega. 

Un saludo y que disfruten de la lectura.



LOS CUENTOS DE ALLISON PARKER

de Fernando Figueroa



Allison Parker obtuvo la fama por sorpresa, sin esperarlo siquiera. Y decimos bien: sin esperarlo, pues no fue ella la que mandó su cuento al concurso convocado en 1869 por la revista literaria Golden Morning Star, sino que lo envió su tía paterna Josephine Parker.

Esta, para enseñarle a leer y escribir, la animaba a poner por escrito sus fantasías sobre los animales y seres que veía en el bosque o que recreaba en su imaginación. Cuando se enteró del tema del concurso, se alegró de ver que muchos de sus cuentos se ajustaban a ese tipo de personajes. Así fue que copió uno que le agradaba en especial y lo sustituyó por el original. Luego, bajo el pretexto de regalarle para su cumpleaños una preciosa chistera de fieltro negro, de la que hacía años estaba encaprichada porque cerca de la casa vio pasar sobre su yegua a un caballero con una puesta, le dijo que le tenía que medir la cabeza y mandar unos cupones de oferta a una revista de moda de Richmond. Después pidió a Allison que la ayudase a escribir la dirección en un sobre y que se pusiese ella como remitente, pues ya era lo bastante mayor. Luego introdujo en el sobre el cuento de Allison y fueron a la estafeta. Como precaución Josephine había comprado un sombrero de segunda mano a un estudiante de leyes y lo ocultó dentro de una caja de cartón en el altillo. Cuando llegó el día de dárselo, Allison se puso muy contenta con su chistera y se divirtió metiendo en ella a los gazapos que tenía su tía en un corral para echarlos a navegar en el arroyo donde lavaban la ropa.

Josephine había acogido en su casa de New Haven a la pequeña Allison tras la muerte de su padre en el segundo año de la guerra, caído en Seven Pines. Madre no tenía. Mejor dicho, no tuvo la fortuna de conocerla, pues murió tras un parto muy complicado, que la dejó postrada en dolorosa agonía por tres días hasta que dio el último suspiro.

Allison era una niña introvertida, callada a ratos y que le gustaba jugar sola por el campo. La casa de tía Josephine estaba en las afueras y a todos los efectos podía considerarse una granja, por lo que Allison podía corretear todo el día entre cereales y arbustos. Cerca tenía una arboleda de fresnos y abedules que había convertido en su cuarto de juegos, y allí estaba casi siempre cuando hacía buen tiempo y no andaba con ninguna tarea doméstica o metida en alguna aventura. A Allison le gustaba oír al viento remover las hojas de los árboles, trepar por sus troncos y pasar las horas sentada en una robusta rama, oteando en el horizonte el gracioso vuelo de los pájaros o contando las vacas del prado de enfrente: las vacas de la finca Goodman: las tragonas, meonas y cagonas vacas del capitán Goodman.

Jamás vio seres más básicos. Las cabras de missus Smith tenían más conversación que ellas. Le extrañaba que siendo tan grandes pareciesen más bobas que las mariposas del bosque de abedules. Esas sí que tenían cara de chicas listas, incluso se podía conversar con ellas sin sentir al final de la charla que te daban la razón solo por ser una niña. Tenía una favorita, la más gordita y torpe, por eso le caía bien, pues le recordaba a su amiga Ophelia, la hija pequeña del capitán Goodman, que siempre estaba recogida en casa por culpa de su pierna. Como no podía andar, pues no podía acompañarla a jugar en el bosque de los fresnos y los abedules, se tenían que conformar con jugar a las muñecas en el porche de su casa. Allison insistía en que podía cargar con ella a su espalda y subirla a su árbol preferido, pero a Ophelia le entraba miedo por si su padre se enteraba, se enfadaba con ella y le pegaba con el cinturón.

Allison le puso a su mariposa favorita el nombre de O’Phelia y, al llamarla o dirigirse a ella, remarcaba siempre con empaque la separación entre O y Phelia. Era muy divertido y muy correcto, ya que todo el mundo sabe que las mariposas, gordas o flacas, son primas de las hadas y que todas ellas son, ya sea por parte de padre o por parte de madre, irlandesas.

O’Phelia la seguía a todas partes. Era una chica leal y valiente. Una mañana, cuando Allison se cayó en un charco más hondo y oscuro que el océano Atlántico, O’Phelia la agarró de su hombro, al auxilio de su grito, y tiró con todas sus fuerzas para salvarle la vida. Le desgarró la manga de su vestido de algodón, pero si no hubiera sido por ella ahora estaría criando algas malvas en el fondo del mar, empapada hasta la rodilla, y menuda regañina le hubiera esperado. Como premio, Allison le trajo al día siguiente un trozo de pastel de manzana, pero parece que no le gustaba, porque le daban arcadas cuando chupeteaba la harina o lamía la compota. O'Phelia prefirió rechazar el convite y perderse entre los cañaverales persiguiendo a las libélulas.

Un día Allison la invitó a su casa, pero O’Phelia se puso muy mohína y decía a todo rato con los ojos que nanay de la China. Se ponía muy gruñona e insoportable cuando sentía que se la obligaba a algo y, si insistías demasiado en convencerla, lo menos la tenías una hora dándote en la coronilla con su panza para que la dejases en paz y te olvidases del tema. A Allison aquellos momentos le parecían muy entrañables porque era cuando O’Phelia parecía más humana. Era como cuando el capitán Goodman bebía para olvidar la muerte de su esposa y siempre que se le veía borracho sabías que era por eso. Suponía que lo mismo le pasaría al capitán cuando se viese a sí mismo en ese estado, se daría cuenta de que era un viudo solitario.

O’Phelia era un caso perdido, jamás salía del bosque de abedules, como mucho se dejaba caer por el bosque de fresnos a visitar a otras de las suyas y charlar sobre cómo de bonito había salido ese día el Sol o cómo de bonita había engordado la Luna. Sobre todo les encantaba hablar de las nubes y, cuando veían una nube bien rechoncha y esponjosa, se tiraban a una hacia ella para, de un suspiro, comérsela sin dejar ni una gota.

Allison creía que a O’Phelia le hubiera sentado muy bien tener un novio. Tía Josephine se había echado de novio al hijo mayor del capitán Goodman, Cecil Goodman, y los días que le traía la leche o la mantequilla se ponía de lo más contenta. Tanto que ese día el pastel de manzana le salía de lo más jugoso y llenaba los jarrones de toda la casa con flores frescas. Lástima que a O’Phelia no le gustasen los pasteles. Sospechaba que tampoco la leche.

La hija del capitán Goodman sí que apreciaba la repostería de tía Josephine. Un día le llevó una deliciosa tarta de arándanos con frambuesa, pero Ophelia no estaba en casa. Su padre le dijo a Allison que se había marchado, que se había ido a los cielos con su madre y le regaló su vieja muñeca. A Allison la noticia la cogió de improviso y le causó una profunda congoja porque, aunque no saliesen más allá del porche lo pasaban muy bien juntas. Así que cogió la muñeca y se fue al bosque de fresnos. Allí le rompió una pierna y la puso lo más arriba que pudo del más alto de los fresnos, para que Ophelia la viese desde arriba del cielo y se muriese de envidia por ver que su muñeca coja había sido más valiente que ella.

Esa tarde Allison no quiso jugar con O’Phelia, aguantó hasta el ocaso sentada en la copa de su abedul preferido, abrazada a sus rodillas y sin atreverse a mirar de frente a las nubes que se agitaban en lo alto del cielo ni a las calladas vacas de la finca Goodman. Mientras, la gordita mariposa se mantuvo a los pies del árbol como un perrito fiel, recogiendo afanosa todas sus lágrimas entre los pétalos de un ramillete de campanillas.

Allison Parker había escrito cuarentaitrés cuentos en sus trece años de vida, antes de morir por una neumonía. En esos cuentos recogía tanto las historias que había vivido con sus amigas mariposas como las historias que ellas le contaban que les habían ocurrido a sus abuelas largos siglos atrás y las que les habían pasado a ellas mismas por los campos de Connecticut. Todas esas aventuras acabaron publicadas, en 1871, en una antología: Allison in the Birchwoodland, que fue un éxito de ventas en las principales ciudades de Connecticut, Pennsylvania, Maryland y Virginia. Todos los niños y niñas de entre seis y quince años disfrutaron de las peripecias de la traviesa Allison y su pequeña y regordeta amiga O’Phelia en el País de los Abedules.

Allison ganó el concurso de la Golden Morning Star con un cuento de diez cuartillas por las dos caras que contaba la historia de una princesa que no podía salir de la torre del castillo donde la tenía encerrada el maligno duque Badman. Tras robarla de su cuna en el palacio de sus padres, los reyes de Cowtry, la sometía a una estricta prisión sin poder poner el pie en el ancho mundo hasta que alguien la rescatase. Allí estuvo presa a pan y agua hasta que un día la Gran Dama de las Mariposas asomó por una ventana con una espina en su tripa. Esta imploró su ayuda y la princesa Ophelia, con gran apuro, logró quitársela y coser su herida con una de sus pestañas y uno de sus largos cabellos rubios. En agradecimiento, la Gran Dama de las Mariposas le concedió cumplir un deseo y Ophelia le pidió convertirse en una de ellas para poder volar y abandonar aquella alta y oscura torre. Entonces la reina la convirtió en una mariposa algo gorda y torpona pero ligera como la brisa de primavera, y le puso en su nombre la espina que le quitó en recuerdo de su gran servicio por salvarle la vida. De este modo pasó a llamarse O’Phelia.

La historia seguía con una batalla por liberar al Reino de las Mariposas de la tiranía del maligno Badman y sus huestes de minotauros. Aunque valor y arrojo no les falta, todo anuncia un gran desastre, pues el ejército de las mariposas parece impotente ante los terribles cuernos de esos malvados seres. La única solución es visitar las tierras del este en busca de la Gran Maga y que ella les regale alguna de las manzanas de oro que otorgan a quien las posee la capacidad de hacerse invisible y les facilite la alianza de los conejos azules. Tras un viaje lleno de peripecias, O’Phelia conoce por fin a la Gran Maga. Hacen buenas migas en la cocina de su hogar en la Colina de la Magia y, tras adivinar un acertijo, consigue una manzana de oro que le otorga el poder añadido de hacerla invisible cada vez que la bese por el plazo de un día. La Gran Maga convence al capitán de los conejos azules para que ayuden a las mariposas en su guerra contra los minotauros. O’Phelia y los conejos azules marchan a socorrer a las mariposas y vencen a todos los minotauros. Solo queda acabar con su jefe Badman, pero Badman es, además de un poderoso hechicero, el poseedor de una poción que lo convierte en un enorme gigante de una milla de alto, capaz de destruir al ejército de las mariposas y los conejos azules de un solo pisotón. O’Phelia se adelanta a sus amigos, besa su manzana de oro y se introduce en el oscuro castillo de Badman, donde está atrincherado a la espera de la batalla final. Allí registra sótanos y desvanes buscando infructuosamente el lugar donde tiene escondida la poción. Luego, siguiendo sus ronquidos por pasillos y escaleras, encuentra a Badman dormido en una mecedora tras haberse bebido los cuatro quintos de un enorme barril de aguardiente, y ve que al cuello tiene colgada una calabaza que debe de ser el recipiente que contiene la poción. Con mucho cuidado consigue vaciarla sobre la ceniza de la chimenea y reemplazar su contenido por vulgar licor. Cuando a la mañana siguiente va a tener lugar la toma del castillo, Badman abre las puertas y asoma dispuesto a pisotearlos a todos. Toma la calabaza y delante de todos se bebe la poción. Con el gaznate caliente, carga contra ellos dando furiosos alaridos. Rodeado por las huestes enemigas y con los brazos alzados, espera y espera a verse convertido en un gigante, pero al comprobar que el momento no llega, le sobrecoge un terrible pavor que lo acaba paralizando, lo que aprovechan los miles de conejos azules para atacarlo y devorarlo hasta reducirlo a polvo. Vencido el malvado duque, la Gran Dama le ofrece de nuevo a O’Phelia concederle un deseo para agradecer sus servicios y, entonces, ella le pide a la Gran Dama que la devuelva a su estado de niña y poder volver con sus padres. Entonces la Gran Dama la reprende y le dice que esos son dos deseos y que solo le ha ofrecido uno. O’Phelia finalmente opta por volver con sus padres en estado de mariposa.

[...]

Allison se hacía mayor, pero su corazón latía como el de una inquieta niña incapaz de entender el complejo y enrevesado mundo de los adultos y sus absurdas normas, una pequeña salvaje que rechazaba convertirse en una mujer educada para una vida alejada de la Naturaleza. Dios se apiadó de ella y se la llevó consigo al paraíso celestial muy pronto. Hubiese sido una mujer muy infeliz entre los suyos, en un tiempo en el que los relojes ocupaban el espacio del cerebro, las monedas sustituían los besos y las bombas de vapor reemplazaban los corazones.



Este pequeño relato es uno de los que componen el libro Mujeres-globo: mito o realidad. La balloonmanía del siglo XIX en los Estados Unidos de América. Una muestra para amenizar el veraneo con americanos aires campestres.

También puedes leer: La ballooin de Irlanda.



Para adquirir el libro, podéis pinchar aquí:

Mujeres-globo: mito o realidad

La imagen es una atribución ficticia (atribución original: Girl with Top Hat, anónimo, c. 1880, Library of Congress), como también es ficción el hecho narrado.



2 comentarios:

  1. Hola, Fernando. Fantástico relato, en los dos sentidos de la palabra fantástico. Un cuento estupendo en el que se vislumbra una mezcla entre ficción y realidad ficticia, con esa Allison, Alicia, y esa princesa atrapada en la torre. Un relato con un estilo de crónica periodística con el que logras, diría, darle un toque de realidad a la ficción. Excelente muestra de lo que podemos encontrarnos en tu libro. Un abrazo!

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    1. Gracias. La ficción funciona en tanto y cuanto asemeja realidad y la realidad fascina cuando pasa al plano de lo extraordinario. Un abrazo.

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